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Paper: Tema del viaje en Mi padre, el inmigrante de Vicente Gerbasi.

El viaje como rito en Mi padre, el inmigrante de Vicente Gerbasi.

 

Carmen Gloria Carvajal V.

Magíster en Literatura

Universidad Playa Ancha de Valparaíso

 

-------------------------------------------------Resumen----------------------------------------------

Este artículo pretende presentar una mirada al poema del venezolano Vicente  Gerbasi, Mi padre, el inmigrante, bajo el tópico del viaje propuesto y analizado por el antropólogo y psicólogo social Sergio González.

Palabras Claves:Gerbasi, Sergio González, tópico, viaje, antropología.

--------------------------------------------------Abstract----------------------------------------------

This article pretender to present a poem’s look by Vicente Gerbasi, Mi padre, el inmigrante, under the team of the travel, studies it for Sergio González, anthropologic and sicologic professional.

Key Words:Gerbasi, Sergio González, travel, team, antrhopologic

 

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            Vicente Gerbasi nació en Venezuela en 1913. En 1938 Miguel Angel Quemerel funda en Caracas la revista Viernes que, según Juan Liscano[1],

 

“derrocó el parroquismo y dignificó la condición de poeta; exaltó el acto creador en sí; soltó sobre la lírica venezolana, demasiado sentimental y realista, los grandes vientos de la angustia metafísica germana y anglosajona...”

 

 

            La figura de Vicente Gerbasi fue revelada por esta revista vanguardista con atisbos surrealistas. La obra de Gerbasi ha ido creciendo en variedad de títulos y adensándose cualitativamente.

            Gerbasi es un poeta de mirada contemplativa, de interior, de impulso trascendente afín al de su grupo generacional compuesto por Otto de Sola y Pascual Venegas Filardo. Dotado, además de una clara conciencia y de una saludable proyección hacia la realidad exterior, evitó que su búsqueda de la trascendencia se transformara en un idealismo poético absoluto y a una desintegración de la forma.

            Su temática suele ser de melancolía, ternura, nostalgia de la infancia, solidaridad con el dolor universal, angustia ante las inestabilidades del ser y la inexorabilidad de la muerte.

            El poeta chileno Humberto Díaz Casanueva dijo de Gerbasi cuando joven:

 

“Su poesía tiene un ámbito prolongado y libre, de lontananzas calladas. Tiende a una soledad para conseguir el desgarramiento místico, pero jamás se exacerba; por el contrario, su sentido de la armonía y su mitología natural lo salvan continuamente”[2]

 

            Su obra es abundante: Vigilia de un náufrago, 1937. Bosque doliente, 1940. liras, 1943. poemas de la noche y de la tierra, 1943. Mi padre, el inmigrante, 1945, etc. De este último libro, rescataremos el poema homónimo.

            El poema describe con nostalgia todo lo que deja atrás este aventurado viajero que decide partir a costas desconocidas. Vienen a su memoria recuerdos de paisajes, gentes y sabores. Todo lo cotidiano que, en estos momentos de migración, le parecen importantes y no valorados en su momento.

            El hablante lírico está en primera persona, el hijo, que recuerda el momento en que su padre abandona el ciudad natal en busca de nuevas posibilidades. Tiende a pluralizarse para comprometer en esta odisea a su padre que es el destinatario. Privilegia una actitud referencial, netamente descriptiva para sustentarla con la apelativa.

            El lenguaje utilizado posee un tono oscuro y triste donde, a pesar de ser rescatados por la memoria hasta los detalles más insignificantes de la antigua tierra de su padre, las presenta con una oscuridad como si fuera su propia alma en el momento de la partida.

            El tema transversal de este poema extenso muy cercano a la elegía es el del viaje. Para ello, revisaremos lo propuesto por Sergio González Rodríguez en su artículo Domicilio y Viaje: visitas a la Alteridad[3]

            En el campo de la Sociología, muchos son los estudiosos que se han dedicado al tema del viaje: Agnes Heller, Erving Goffman, Berger y Luckmann, entre otros, que en las décadas de los cincuenta y sesenta abren los estudios sociales a una nueva dimensión de interés para la investigación y el conocimiento: los contenidos de la cotidianidad. A partir de entonces que el estudio de la cotidianidad se hace indispensable para lograr dilucidar, por ejemplo, el tema de la identidad.

Pareciera que ha sido una ausencia demasiado prolongada, y de allí el gran interés de las reflexiones sobre la cotidianidad que aporta, en nuestro medio, el profesor Humberto Giannini en sus libros La Experiencia Moral y La Reflexión Cotidiana [4] en los cuales se basa González para su visión del viaje y lo cotidiano.

La cotidianidad es el reino de la "experiencia común", la gramática encadenante de significaciones en que se inscriben los hechos, actos y conductas que nos impelen y exigen cumplir nuestra cultura para que reproduzcamos el sentido de lo social. La cotidianidad es el orden ante todo, es decir, "lo que sucede todos los días, y justamente cuando no pasa nada"[5]

El domicilio, entonces, como concepto propio de la cotidianidad, es la posibilidad de recuerdo en esta circularidad sistémica, de remembranza acerca de lo que soy y lo que de mí se espera. "El movimiento cotidiano es reflexivo simplemente por este regreso al punto de partida" , dirá Gianini.

El hombre se domicilia en un espacio simbólico y psíquico, en el entorno más propio, en el refugio que  permite recargar fuerzas y prepararse para un nuevo ciclo de acción, que puede ser trabajo, vida social o acción vital.

La vida cotidiana, por su misma forma, es dueña de su degradación, su pobreza expresada en rutinas. Nace el desgano de no querer vivir la vida animosamente, pues todo es conocido.

En Mi padre, el inmigrante, Gerbasi nos presenta la mirada de un hablante lírico masculino invocando recuerdos y cansado de la rutina. Los primeros versos son significativos, pues se recuerda en plural abriendo surcos en lo desconocido y enumerando elementos que, a simple vista, no debieran tener significación, excepto, si se sabe que no se ha de tornar jamás.

 

“Venimos desde la noche y hacia la noche vamos.

Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,

Donde vive el almendro, el niño, el leopardo.

Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,

Con volcanes adustos, con selvas hechizadas...”

 

La identidad del hablante lírico deviene en rutina, en un relato que se reitera consumiéndose. Enumera incansablemente recuerdos de su patria. La identidad se refuerza pero se anquilosa en lo que sigue sucediendo como si no le pasara a nadie, mientras se espera que pase lo que debe pasar y que seguirá pasando siempre.

 

“Atrás quedan (...)

Pero también la noche con ciudades dolientes,

La noche cotidiana, la que no es noche aún (...)

La noche que desciende de nuevo hacia la luz,

Despertando las flores en valles taciturnos.”

 

El momento presente es la encrucijada frente al abismo del pasado y el abismo del futuro, ese camino incierto que se ha decidido tomar. Todo le es familiar ahora que sale imaginariamente de puerto: las doncellas, los pescadores, el labrador, muros de piedra, etc. Todo es común para el hablante taciturno. Sólo el viaje es capaz de despertar esta mirada nueva que habita a nuestro alrededor.

La salida, el viaje, es la transgresión, el quiebre de la rutina. Como dice González, “el reinvento del domicilio o de su fenomenología”. El domicilio recreado como situación de re-encuentro del sí mismo para poder vivirse desde las fuerzas re-alimentadas, para poder volver a proyectarse sobre la vida y estar nuevamente "arrojado al mundo".

El viaje es el intento por instaurar el lenguaje poético ante el imperio de la prosa que nos circunscribe en las rutinas uniformes.

El viaje nunca se realiza a lo totalmente desconocido. El paisaje, el idioma, las costumbres, pueden ser extrañas, pero se ha prefigurado lo que queremos y podemos encontrar, del mismo modo, que tenemos dibujado, lo que queremos dejar atrás, o lo que queremos reinventar en nuestra vivencia y relación con el viaje. En este sentido el viaje es una metáfora del deseo.

El hablante lírico reinventa lo cotidiano cuando, en la lejanía, lo vuelve a presenciar, esta vez, desde las inmediaciones del mar.

 

“Era una pobreza alegre bajo el azul eterno,

con los pequeños vendedores de cerezas en las plazoletas,

con las doncellas en torno a las fuentes(...)

 

y en las callejuelas de gastadas piedras

donde deambulaban sombras del purgatorio”

 

La razón del viaje se desconoce, mas el viaje tiene sentido para aquél que no está conforme con el sedentarismo, con la estática de la rutina.

González hace la diferencia entre viaje como rito o como ritual. La diferencia entre ambos es que el rito implica compromiso del alma, se desea viajar por diferentes motivos. El viaje como ritual, en cambio es aquél movimiento que se realiza sin compromiso de la subjetividad salvo los afanes propios de la actividad que ha generado el desplazamiento. Ejemplo de esto son los desplazamientos que hacemos diariamente a nuestros trabajos.

            Mi padre, el inmigrante es, entonces, el viaje como rito, pues el hablante lírico, este hombre que se marcha lo hace con el compromiso que esto significa, con fuerza, pero decae y, como Lot, mira hacia atrás y empieza a extrañar cuando aún se hacen visibles, los relieves de su pueblo original, algún país lejano que denomina cristianamente.

 

            “Tú venías de una colina de la Biblia,

Desde las ovejas, desde las vendimias,

Padre mío, padre del trigo, padre de la pobreza.

Y de mi poesía.”

 

Este constante éxodo puede hacerse bajo conciencia y, así, aportar a las condiciones de calidad de vida de cada viajero.

            Aún así, siempre se viaja con la idea del retorno, el regreso triunfal tras tantas aventuras.

Dentro de la semiótica, el viajero se convierte inmediatamente en la Otredad, pues es el otro que se aleja y, al mismo tiempo, el otro que llega. Se contagiará de costumbres y perderá otras, será un desterrado, un despatriado, pues el mundo es ancho y ajeno. La ventaja es el conocimiento adquirido tras los viajes. El viaje es la metáfora del que se aleja de sus territorios, de sus certezas, de sus pertenencias -simbólicas o materiales- para remontarse, para dejarse llevar, buscando asimilar lo que se quiere traducir y, aproximar de este modo, lo que aún permanece en lejanías -cognitivas o físicas- para develarlo, finalmente. Sin traspaso de los propios territorios todo esto no es posible. Sin lejanías no se construyen proximidades.

Hoy en otra fase de ella, el Viaje, en esta lluvia de migraciones, es una nueva posibilidad de construcción de sentido a través de nuestras discontinuidades, de nuestras geografías fragmentadas, como lo hace Gerbasi cuando invoca el viaje inmigrante de su padre.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

  • González Rodríguez, Sergio: Domicilio y Viaje: visitas a la Alteridad, Cinta de Moebio No. 6. Septiembre de 1999. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/06/frames08.htm
  • Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1987, Selección de José Ovidio Jiménez, Alianza editorial, Madrid 1997.

 

 

 

 




[1]
Juan Liscano en Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1987, Selección de José Ovidio Jiménez, Alianza editorial, Madrid 1997. p. 482.

[2]Humberto Díaz Casanueva en Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1987 op.cit.

[3]Sergio González Rodríguez es Antropólogo y Psicólogo Social. Académico Universidad de Chile y Universidad de Santiago Su artículo se encuentra disponible en Cinta de Moebio No. 6. Septiembre de 1999. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/06/frames08.htm. Todas las citas de González serán de este artículo.

 

[4]El autor se refiere a Humberto Giannini, La Experiencia Moral. Ed. Universitaria. Primera edición. Santiago. 1992 y La Reflexión Cotidiana: hacia una Arqueología de la experiencia. Ed. Universitaria. Cuarta edición. 1995. Santiago.

 

[5]Giannini,1992:14. Citado en González, op. cit.