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Guía La leyenda de Teseo y el Laberinto del Minotauro y La Casa de Asterión

 

LA LEYENDA DE TESEO Y EL LABERINTO DEL MINOTAURO

(1.700 a 700 A. de C.)

 

 

En Creta reinaba desde hacía mucho un rey muy poderoso llamado Minos. Su capital era célebre en el mundo entero por un curioso edificio que existía en ella, el Laberinto, cuyos corredores tenían un trazado tan complicado que quien penetraba en él, no podía salir jamás. En el interior del laberinto habitaba el terrible Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de humano, fruto de los amores de Pasifae, la esposa de Minos, con un toro que Poseidón, dios de los mares, hizo surgir de las aguas. En cada novilunio había que sacrificar un hombre al Minotauro, pues cuando el monstruo no tenía con que satisfacer su hambre, se precipitaba fuera para sembrar la muerte y la desolación entre los habitantes de la comarca. Un día, el rey Minos recibió una noticia espantosa: el hijo que era su alegría y orgullo acababa de morir asesinado en Atenas.

El corazón de Minos pedía venganza. En un rapto de ira, reunió a su ejército y lo mandó contra Atenas; la ciudad no estaba preparada para este ataque, no pudo ofrecer resistencia seria y pronto los atenienses tuvieron que pedir la paz.

Minos recibió con severidad a los embajadores. Después de un silencio de mal presagio, les dijo: “Habéis matado a mi hijo, la esperanza de mi vejez, y he jurado vengarme de manera terrible. Ofrezco la paz, pero con una condición: cada nueve años, Atenas enviará siete muchachos y siete muchachas a Creta para que paguen con su vida la muerte de mi hijo.” Un estremecimiento agitó a la asamblea cuando el rey dijo que aquellos muchachos serian arrojados al Minotauro para que los devorara. Una luna nueva sí y dos no, entregaría uno de ellos al monstruo, que, hasta entonces, sólo había saciado su apetito con malhechores.

Como los atenienses vencidos no podían elegir, tuvieron que aceptar las condiciones impuestas por Minos, aunque con esta sola reserva: que si uno de los jóvenes atenienses consiguiese matar al Minotauro y salir del Laberinto, ambas cosas poco menos que imposibles, no sólo salvaría su vida, sino las de sus compañeros, y Atenas sería liberada para siempre de tan atroz obligación.

Dos veces pagaron los atenienses el horrible tributo; dos veces condujo un navío a Creta a siete muchachos y a siete muchachas, sobre quienes recayó la suerte fatal.

Se acercaba ya el día en que por tercera vez la nave de velas negras, signo de luto, iba asurcar el mar. Llegó el momento de echar suertes. Entonces Teseo, hijo único del rey, dio un paso al frente y, sin someterse a sorteo, ofreció su vida por la salvación de la ciudad. Al día siguiente, Teseo y sus compañeros subieron a bordo. El rey y su hijo convinieron en que si a Teseo le favorecía la suerte, el navío que les volviera al país enarbolaría velas blancas.

Días más tarde, los jóvenes atenienses desembarcaron en Creta y fueron conducidos a una casa en las afueras de la ciudad, donde debían permanecer bajo custodia hasta que llegase el momento. La prisión estaba rodeada de un gran jardín que lindaba con el parque por donde las hijas del rey Minos, Ariadna y Fedra, solían pasear. Un día el carcelero se acercó a Teseo y le dijo que en el parque había alguien que quería hablarle. Muy sorprendido, el joven salió y se encontró con Ariadna, la mayor de las dos princesas. Tanto conmovió a ésta el aspecto y porte del mancebo, que decidió ayudarle a matar al Minotauro. “Toma este ovillo de hilo- le dijo-, y cuando entres en el Laberinto, ata el extremo del hilo a la entrada y ve deshaciendo el ovillo poco a poco. Así tendrás una guía que te permitirá encontrar la salida”. Le dio también una espada mágica. Al separarse, Ariadna le preguntó, con voz emocionada: “Te salvo con peligro de mi propia vida: si mi padre supiera que te he salvado, su cólera sería terrible. ¿Me salvarías tú también?” Teseo se lo prometió.

A la mañana siguiente, el príncipe fue conducido al Laberinto. Cuando estuvo tan lejos que no veía la luz del día, tomó el ovillo, ató el extremo del hilo al muro y fue desenrollándolo a medida que avanzaba por los corredores. Durante mucho rato, sólo oía el eco de sus pasos. Pero, de pronto, el silencio fue turbado por un ruido sordo, como el mugido lejano de un toro furioso. El ruido se iba acercando, pero Teseo caminaba animoso. Penetró en una gran sala y se encontró frente al terrible Minotauro, que bramando de furor se lanzó contra el joven. Era tan espantoso, que Teseo estuvo a punto de desfallecer, pero consiguió vencerle con la espada mágica que le había dado la princesa.  Después, le bastó seguir el hilo de Ariadna, en sentido inverso, y pronto pudo atravesar la puerta que tantos jóvenes habían franqueado antes de él para no salir jamás.

Gracias a Ariadna, Teseo salvó su vida y la de sus compañeros, librando a su ciudad de la terrible obligación contraída. Dispuestos ya a reembarcar, Teseo llevó a bordo en secreto a Ariadna y también a Fedra, que no quiso abandonar a su hermana. Durante el regreso, sobrevino una tempestad y tuvieron que refugiarse en la isla de Naxos. Vuelta la calma, quisieron continuar el viaje, pero Ariadna no apareció. Buscaron por doquier y la llamaron hasta que el, eco repitió su nombre, pero en vano. Finalmente dejaron su búsqueda y se hicieron a la mar. Ariadna, extraviada en un bosque, estaba dormida, agotada. Ya había zarpado el navío cuando Ariadna despertó y encontró al fin el camino a la playa. Gritó, lloró; todo fue inútil. El navío apenas se dibujaba ya en el horizonte. A Ariadna, extenuada, se le nublaron los ojos y cayó al suelo son sentido. Cuando volvió en sí, vio acercársele un alegre cortejo, acompañado de flautas y címbalos. Pronto pudo distinguir un carro de oro tirado por mansos leones; sobre el carro iba el joven más bello que la princesa viera jamás. Era Dionisos, dios del vino, quien dijo a la muchacha: “Si quieres ser mi esposa, te volveré inmortal” . Ariadna le tedió la mano y Dionisos la subió junto a sí en el carro. Después de un viaje triunfal por la Tierra, el dios la llevó a su morada eterna.

En Atenas, reinaba la tristeza. Cuando el retorno del bajel de Creta era inminente, el anciano rey iba todos los días a la orilla del mar, oteando la nave que se había llevado la mayor alegría de su vida y la esperanza de su vejez. Al fin, el barco apareció en el horizonte. Pero traía las velas negras, y el anciano se desesperó. No podía saber que Teseo, anonadado por la desaparición de Ariadna, habíase olvidado de izar las velas blancas, signo de victoria. Loco de dolor, el rey Egeo se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Pero cuando el navío entró a puerto de Atenas y Teseo y sus compañeros hubieron desembarcado, el pueblo estalló en aclamaciones. Poco después, los atenienses reunieron una asamblea que ofreció la corona a Teseo, quien casó luego con Fedra y llegó a ser el poderoso rey cuyas hazañas viven aún en el recuerdo de los hombres.

 

 

LA CASA DE ASTERIÓN  

(Jorge Luis Borges, argentino)

 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

 

 

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GUÍA GRUPAL

 

I. Comprensión Lectora.

Sobre El Minotauro y La Casade Asterión.

a)     ¿Qué relación se puede establecer entre el mito del Minotauro y La Casa de Asterión?

b)    Establece a lo menos cinco aspectos en se parezcan y se diferencien ambas lecturas. Justifica.

c)     ¿Quién es el verdadero héroe en este texto? ¿Quién debería llevarse los créditos y por qué?

d)    ¿Qué crees que signifique que Ariadna “se haya dormido”?

e)     ¿Qué crees que signifique el rescate de Ariadna por Dionisos en la primera lectura?

f)     ¿A través de quién conocemos la historia en La Casa de Asterión?

g)    ¿Por qué Asterión se siente distinto a todos?

h)     ¿Cuánto tiempo crees que transcurrió entre las preguntas que se formula Asterión y el comentario de Teseo a Ariadna? Justifica.

i)      ¿Qué preguntas le formularías a Asterión si tuvieras oportunidad de entrevistarlo?

j)      ¿Qué tipo de texto es El Minotauro? (literario: cuento, mito, leyenda, crónica, etc.; o  no literario: reseña, comentario, reportaje, etc.)

k)     ¿Qué tipo de texto es La Casa de Asterión?

l)      Explica la siguiente frase dicha por Teseo:

“-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.”

 

II. Vocabulario.

Realice una Ficha de Vocabulario con cada una de las palabras presentes en ambas lecturas: penetraba, surgir, novilunio, precipitaba, desolación, orgullo, severidad, presagio, estremecimiento, saciado, tributo, surcar, enarbolaría, lindaba, conmovió, mancebo.

 

Ejemplo:

1. Célebre

Contexto: “Su capital era célebre en el mundo entero”

Definición: conocido por su fama.

Sinónimos: famosas, popular, acreditado.

Antónimos: desconocido, ignoto, anónimo.

Dos oraciones:

a) Mi abuela era célebre por su lasaña de verduras.

b) Manuel Rodríguez es un personaje célebre de la Historia de Chile.