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VIAJANDO CON LA LECTURA TRAS ALGUNAS RESPUESTAS

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

                                                                                                                                                                                                                                                               Adolfo Godoy Castillo

                                                                                             

Las publicaciones con que cuento son exiguas en cantidad, sin embargo, han dado pie para que el equipo del Centro de Recursos para el Aprendizaje (CRA), de este querido liceo, me invitara para dirigir unas palabras especialmente a las alumnas que constituyen la mayoría de este auditórium y que, sin proponérselo, han contribuido a otorgarle sentido a mi profesión. Ojalá que funcionen como una linterna en el largo recorrido de la lectura que tienen por delante y en el consiguiente placer de descubrir algo nuevo. Agradezco, pues, en primer lugar, dicha invitación que he aceptado con gusto. De igual modo, expreso mi gratitud a las autoridades de este liceo, de las Escuelas de Educación de las universidades presentes, colegas y amigos que realzan este encuentro con su presencia y su crítica mirada, incentivo exigente que valorizo.

Sabido es que la creación literaria es abordable desde diferentes caminos que coadyuvan a llegar a su centro con el propósito de develar el misterioso mundo que encierra, razón por la cual no admite una plantilla única de análisis. Los esfuerzos que se han hecho, desde el ámbito de la crítica especializada y también profesoral, para encontrar fórmulas que permitan a los lectores una aproximación más certera con el texto, son muy válidas, sin embargo, no siempre logran tocar fondo en los lectores. Con todo, se suele instar a los estudiantes para que lean con entusiasmo, se da por hecho que hay que hacerlo, dejando respuestas arrinconadas a las preguntas más simples ¿Por qué hay que leer? ¿Para qué hay que leer? ¿Qué se logra? La invitación, pues, en esta oportunidad, es para satisfacer, al menos en parte, esas interrogantes.

Si realizamos un breve ejercicio de retrospección para poner en una balanza cuál es la creación humana de mayor peso, llegaremos a la conclusión, sin duda, de que es el lenguaje, sin menoscabo de otras creaciones. Más específicamente, es la lengua que nos permite la comunicación entre las personas. La imperiosa necesidad del hombre por transmitir sus emociones, quehaceres y pensamientos, ha existido desde siempre y ha avanzado a saltos gigantescos desde las milenarias figuras e inscripciones en las cavernas, pasando por la invención de la imprenta hasta lo que apreciamos actualmente en las cotidianas relaciones sociales que por estos días recibe el apoyo práctico que ofrecen las avanzadas tecnologías, principalmente, la telefonía e Internet. Sobre estas últimas, ya es posible acuñar la primera observación sobre el tema que hoy nos convoca.

Por cierto, son innegables las ventajas de múltiples contactos que ofrecen. La navegación virtual es cada vez más rápida y suele estar acompañada de imágenes y sonidos, en ocasiones sorprendentes, y que capturan la atención de todas las personas. Incluso, los más pequeños reciben el estímulo desde antes que pronuncien o escriban palabra alguna, a través de juguetes que encuentran sus homólogos en los teléfonos y en los computadores reales. Sin embargo, está presente el otro lado de esas maravillas, puesto que frenan bruscamente las posibilidades de lecturas extensas y concentradas, toda vez que imponen una comunicación breve, directa, generalmente con superflua elaboración como queda demostrado en el e-mail o el chat  que, además, suelen deformar las palabras bajo el pretexto de la economía en el lenguaje. En cierto modo, van modelando la estructura mental que afecta mayormente a los más jóvenes respecto del agrado o desagrado por lo que se lee.  No se logra disfrutar de la lectura. Se engulle como la comida que llamamos colación, precisamente porque es una ligera refacción para continuar con el acelerado ritmo que envuelve la ciudad. Se quiere todo instantáneamente y disponible al primer chasquido de dedos. “Cortar y pegar” es una expresión de moda que corrobora la idea anterior que se aprecia cuando ciertos estudiantes se ven enfrentados a entregar un informe o una sencilla tarea de investigación y juntan fragmentos obtenidos de textos diferentes como retazos para formar una sola tela. Se da el caso, también, de algunos adolescentes que leen al mismo tiempo que ven televisión entendiendo que así no se pierden de nada cuando, en verdad, desaprovechan todo, todo aquello que sólo es posible asimilar bien por partes; otros, incluso, prefieren el resumen a la obra completa que, al parecer, no es tan difícil de obtener en un sitio web que, no sé si en rigor justiciero o socarrona ironía, los propios creadores le han puesto por nombre “El rincón del vago”. Es lo que yo llamo hacer gimnasia por correspondencia. ¡Cómo nuestros adolescentes pierden su tiempo en facebook, cuando lo aconsejable es que metan la “face” en el “book”! El resultado que observamos es que los estudiantes, en general, leen poco, escriben poco, y, por ende, su expresión oral se limita seriamente abusando de la coprolalia que día a día resuena en nuestra actual sociedad chilena, en la calle, en el metro, etc. sin que parezca despertar el asombro de la gente ni menos la extrañeza de los niños cuyos oídos se van contagiando sin darse cuenta. Ignoran que el desarrollo de la inteligencia está asociado al desarrollo del lenguaje, según los expertos en esa materia, ya que se interconectan los procesos de cognición y metacognición que involucran a todo individuo en sus motivaciones y en su apertura a los contextos sociales, afectivos y culturales.

Hay que tener presente que la lengua, si examinamos por otro lado, puede ir muchísimo más allá de las ordinarias informaciones. Desde luego, presenta un desafío permanente e inagotable para la imaginación, para construir mundos, personajes y situaciones que, como sucede también en el teatro, son, en definitiva, espejos de la realidad humana que nos invitan a contemplar la vida desde diferentes ángulos, dimensiones y profundidades en pro de sobrellevar nuestra propia existencia de un mejor modo, al menos en parte, si somos capaces de aprehender de la lectura las alegrías y las tristezas, los sueños y las realidades, las esperanzas y las desesperanzas. Con razón, Gabriela Mistral afirmaba que “el habla es la única posesión que tenemos sobre la Tierra, después del alma, y quizás no tengamos otra”.  Podemos agregar que ambas hay que cultivarlas despojándolas de la maleza que las corroe o no permite su límpido desarrollo. En efecto, en el camino de la existencia, las necesidades del ser humano lo obligan a cuidar y alimentar su cuerpo, si se pretende un largo transitar; pero también se debe fortificar el espíritu y la mente para el armonioso crecimiento. Estos dos últimos requieren de una adecuada dosis de humor, de imaginación, de exultación, de renovación, de búsqueda y de otros condimentos que permitan llegar a la meta en plenitud. La bandeja con esos manjares está permanentemente servida, en parte, por las letras, por los libros que esperan ser cogidos por nuestras manos.

Desde otra perspectiva, es aconsejable tomar en cuenta que la actividad lectora, si bien perfecciona las individuales condiciones, tiende puentes de conocimiento y encuentros con diferentes culturas, pasadas y presentes, a las que todos tenemos libre acceso si nos desplazamos con nuestro criterio. En verdad, las obras literarias de los géneros narrativo y dramático, especialmente, no son absolutamente autónomas en relación a las circunstancias en las que se producen ya que se insertan en determinados contextos históricos, sociales o inclinaciones culturales. He ahí una de las claves para aproximarnos a los llamados “clásicos”, es decir, a aquellos que son clase en su tipo porque han logrado traspasar las barreras del tiempo y del espacio. Es el sello de garantía que nos deja en el umbral de vidas pasadas en que los personajes siguen respirando circundados por los problemas propios de la sociedad en que les tocó vivir. Si, por un instante, hacemos el esfuerzo de ocupar el lugar de ellos, tanto en su temporalidad como en su ambiente físico, social y psicológico, entraremos de lleno en la lectura, en la historia y en la intrahistoria, para asirme de expresiones de don Miguel de Unamuno, y con ello, automáticamente, se escurrirá la nebulosa que envuelve el universo abriendo paso a la prístina comprensión de lo que la obra nos regala.

No debemos olvidar que detrás de cada personaje literario hay un ser humano por conocer, sin importar si perteneció al medioevo, al Renacimiento u otra época. Viene al caso, en este punto, citar la respuesta que dio Charles Du Bos cuando se le pidió que definiera la poesía: “es el encuentro de dos almas”, respondió. Desde luego, ¿Cómo podríamos entender el conflicto que vivieron Romeo y Julieta, si no es situándonos con la imaginación en Verona, hacia fines de la Edad Media, con la estructura y normas familiares y sociales imperantes en ese tiempo? Por el contrario, si un joven o una joven, o mejor aún, padres de hoy, analizan la obra de Shakespeare que comentamos, con un criterio basado en la convivencia actual, en que los progenitores le impiden a su hijo o hija que pololee con una particular persona, los primeros no podrían controlar la risa por el sinsentido que les provocaría la situación y los segundos, si me permiten la hipérbole, se expondrían a un adiós acompañado de un portazo estruendoso.

Confirmamos, pues, que la literatura, en los términos que venimos desarrollando, constituye un viaje gratuito por el mundo y por el tiempo y, en su conjunto, conlleva a la comprensión global del hombre en su historia, en sus pensamientos, contribuyendo para que cada uno de nosotros mismos podamos comprender mejor su evolución, ubicarnos en nuestra propia dimensión y acrisolar nuestra humana sensibilidad.

En otra arista, nos asisten legítimamente estas preguntas: ¿Qué haríamos sin los libros? ¿Qué haríamos sin la literatura? Una respuesta magistral la dio, hace ya bastantes años, el escritor Ray Bradbury a través de su novela Farenheit 451, aludiendo con ese título al grado que se inflama el papel. Recordemos brevemente, por si algún asistente conserva fugaz recuerdo de la trama, que los protagonistas son dominados por un gobierno que desea manejar toda la información e instalar un solo riel de tránsito vital para erradicar en la ciudadanía cualquier asomo de reflexión o crítica convirtiéndolos en borriquitos unidireccionales. Para lograrlo, ordena quemar todos los libros existentes en las bibliotecas públicas y particulares, con allanamiento a todos los domicilios que albergaban volúmenes, por insignificantes que fuesen. Al fin y al cabo, la única solución y luz de esperanza que hallaron algunos osados personajes, fue memorizar textos completos para ser transmitidos a modo de efugio y por vía oral, cuando tenían la oportunidad de encontrarse en una plaza.

La idea desarrollada en esa novela que leí hace muchos años, me impresionó y no sé si por temor a perder algunos escritos que conservo con especial fruición, es que he memorizado algunos de ellos o, por lo menos, algunos pasajes y versos que me parecen notables y que van conmigo a donde quiera que vaya.

Hay que buscar el camino de la lectura. Leer es muy determinante en el éxito escolar, pues, incrementa los conocimientos, las competencias gramaticales, ortográficas y léxicas articulando nuevas posibilidades de expresión y comunicación con el mundo. Más aún, mejora la autoestima, aumenta la memoria, activa las emociones y la afectividad haciéndonos mejores personas.  

Nunca es tarde, aunque algunas personas han sido catapultadas desde la infancia. Por ejemplo, siempre me ha llamado la atención el caso de Manuel Rojas, cuyos estudios sistemáticos llegaron sólo hasta cuarto año de preparatorias (hoy día llamado enseñanza básica).

Cuando niño, frecuentemente pasaba por la vitrina de una librería en la cual se exhibía una novela de Rudyard Kipling en cuya portada aparecía una serpiente tragándose un cuadrúpedo. Juntó moneda tras moneda, fruto de un singular trabajo que consistía en leer diariamente algunas páginas de una novela a una anciana lectora vecina de su morada, cuya visión estaba muy desgastada, hasta que logró comprarla. De ahí en adelante, pasó a ser un autodidacta y lector infatigable. Con el tiempo, se convirtió en el gran renovador de la narrativa chilena, haciendo del idioma un auténtico cultivo del arte de la palabra. Cito de él unas breves líneas de un magnífico cuento como un ilustrativo bocado literario y que nos hace pensar por un momento: “El hombre tiene cinco sentidos, todos ellos le sirven admirablemente, mas él no los utiliza para elevarse por medio de ellos, sino para relajarse. Ellos priman sobre el espíritu. Tiene ojos para ver, mas no ve con ellos la belleza del mundo; le sirven únicamente para no tropezar con los postes (…) Tiene oídos, pero no los usa para escuchar la armonía del universo; los utiliza para hablar por teléfono (…) Tiene voz y posee el don de la palabra, pero no usa estas facultades para alguna cosa de provecho; le sirven para hablar en el Congreso, para vender papas o gritar en los mitines…”(Un espíritu inquieto” Manuel Rojas).Ya sabemos que alcanzó el Premio Nacional de Literatura, aunque cabe subrayar que la sola lectura no convierte a nadie en escritor ni menos en Premio Nacional.

El citado caso no es el único entre escritores y poetas de Chile y el mundo. En efecto, hay anécdotas muy sabrosas al respecto, pero no quiero mayores desvíos en este troncal ni que se duerman antes de que finalice esta disertación. Sin embargo, no puedo sustraerme ni dejar de recordar mi propia experiencia, con lo cual respondo a una parte del sentido de la solicitud de este encuentro. ¿Qué cómo me inicié en la lectura?

Fue cuando a mis dos hermanitos mayores les llegó la hora de ir al colegio y yo no tenía con quiénes jugar. Por ese entonces,  recién había cumplido seis años, pero la edad legal para matricular a un niño en la educación básica sistemática, era de siete, normativa que yo no lograba comprender. Mi madre, con la magnanimidad que siempre tuvo, accedió a mis rogativas de a lo menos consultar la posibilidad de ingresar en forma excepcional. Don David, el profesor de primer año, a quien evoco en este instante y agradezco nuevamente a la distancia, después de conversar conmigo, auscultándome en mis inquietudes y competencias, me admitió como oyente en su clase. Era lo que estaba a su alcance.

Un día, al muy poco tiempo de  ver, escuchar  e intentar sumarme a las actividades  que hacían mis extemporáneos compañeritos, con las limitaciones inicialmente expuestas, mi padre, que quiso sorprenderme con un juego muy de su estilo, mientras leía el diario reposando durante su descanso dominical, me pidió que le leyera una noticia. Cuando empecé a leer de corrido, salió abruptamente de su somnolencia y reincorporándose en su sillón, le dijo en voz alta a mi madre: “¡Oye! ¡Este cabro ya sabe leer!”. Esa mínima precocidad sirvió para que la escuela oficializara mi matrícula y que yo recibiera un inopinado acicate para la lectura. No he parado hasta el día de hoy y espero continuar hasta el último aliento.

Después de tantos años, y con la vasta experiencia que hoy me asiste como profesor, creo entender a los alumnos y las alumnas que deben leer por obligación, mas no por pasión. En cierto modo, son depositarias de la afición docente, pero vale la pena tomar en cuenta, por un lado, que nosotros mismos, como profesores, recibimos la lista de obras contempladas en la programación, aunque en calidad de sugerencias, y por otro, que siempre se esperan evaluaciones de lecturas por parte del sistema educativo, que suelen traducirse en calificaciones que, cuando no son óptimas, dejan una sensación de frustración que generalmente malogra el gusto por la lectura. A pesar de esos ceñimientos, hacemos el esfuerzo por complacer a nuestros estudiantes, sin perder, por cierto, el horizonte formador inherente a la adultez y criterio docentes.

Percibimos, al mismo tiempo, que se va desvaneciendo el mágico estímulo hacia la lectura que reciben los niños desde el hogar, cuyo endoso suele recibir el colegio, asumiendo un vacío difícil de llenar en la adolescencia. A nuestro juicio, los padres que inventan y leen cuentos a sus pequeños hijos parecen una raza en extinción.

No me resulta extraño, tampoco, después de conversar con varias ex alumnas y ex alumnos, que el sabor de algunas obras literarias se degusta realmente con el tiempo, no sólo cuando no está de por medio la obligatoriedad de la lectura, sino, además, cuando nuestra sensibilidad inicia su reposo en el cojín de la razón. Ambas se interinfluyen dando origen al goce estético que afianza el interés personal por la lectura y, no pocas veces, se retoma un libro que fue indiferente en la época de estudiante, pero que después logra poner los ojos vidriosos o arrancar una sonrisa.

Lo recientemente anterior no debería ser óbice para leer. Entre las alumnas presentes se deben encontrar, con toda seguridad, excelentes lectoras que bien pueden asumir la generosa tarea de despertar el entusiasmo en sus amigas, compañeras de curso o de colegio, por aproximarse a obras y autores tanto nacionales como extranjeros. Proponer, por ejemplo, un diario mural atractivo con fichas-resúmenes recomendables de libros que han sido de su agrado, con lo cual se produce una empatía más cercana hacia la obra debido a que la propuesta proviene de una persona que atraviesa por análogas condiciones; insertar una página en Internet para el provechoso uso de las tecnologías, intercambiando experiencias de lecturas; formar, tal vez, un club de amigos y amigas de la lectura a nivel escolar, dando noticias sobre lanzamientos de libros, asistiendo a ferias del libro, charlas, visitas de escritores, bibliotecas, talleres literarios, etc. que, en su conjunto, servirán  para familiarizarse más profundamente con el buen decir, gemelo univitelino del buen pensar.   

La motivación de  lectores incipientes también puede encontrarse en los llamados nuevos subgéneros literarios, es decir, por ejemplo, el cine-arte que desde hace mucho tiempo ha llevado a la pantalla notables obras literarias, en algunos casos, con gran acierto, válidas para las diferentes edades y niveles de escolaridad. El teatro de títeres que bien podría servir para recrear cuentos o pasajes de obras mayores, con la añadidura de la distracción lúdica. Igualmente, el teatro de mimos, juegos de sombra y otros.

En suma, la dulce tarea de contagiar a los congéneres con la lectura, no tiene exclusividad en la docencia. Es de todas y de todos los que pretendemos la evolución sostenida de la civilización y, particularmente, la sociedad chilena actual necesita de lectoras y lectores comprometidos que contribuyan, con su propia formación, a elevar los niveles culturales y educacionales si aspiramos a ser un país auténticamente desarrollado.

Por último, es de esperar que otras personas que nos acompañan, y que se encuentran en el umbral de este escalón, hayan tenido, con esta charla, una palabra de aliento y de real sentido para matricularse gratuita e indefinidamente en el mundo de la lectura. Finalizo con las sabias palabras del sabio Miguel de Cervantes: “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.

Muchas gracias.