ERNESTO LIVACIC GAZZANO : EDUCADOR.
Claves y comentarios.
Adolfo Godoy Castillo
Detrás de una mirada inteligente y penetrante, de severa faz, se hallaba el diamantino espíritu de este destacado educador. Había que tomarse el tiempo para descubrirlo. Su presencia en los escenarios de la educación chilena se extendió por más de medio siglo, pero su legado, a través de sus libros, traspasa las fronteras del tiempo y lo hace siempre vigente. Las páginas humanas de su existencia, en ese sentido, intentaremos hojear; aunque, conviene advertir que su polifacético trabajo hace casi imposible bordear algunas fronteras sin, a lo menos, mencionarlas.
UN PATIO : LA PRIMERA SALA DE CLASES.
Descubrir la vocación tal vez sea una de las tareas más difíciles que debe enfrentar una persona cuando tiene que decidir un camino de vida. La llamada interior muchas veces resuena lejana, según el aire familiar o social que envuelve a la persona. En ocasiones, se escucha destemplada debido a la intervención más decidida de otros actores, principalmente, de los consanguíneos más directos que ven, en este nuevo ser que emerge, una germinación de inacabados proyectos. Otras, esa voz se alza potente y logra llegar a los oídos del corazón. Creo que así, como puntualizamos finalmente, ocurrió con don Ernesto. Él mismo lo recordaría, en su etapa adulta, con estas palabras:
“Desde los diez años o quizás menos, sentía claro en mí el llamado a ser educador. En algunos días de vacaciones, incluso sometía a mis hermanas y a algún vecinito o vecinita de casa al programa de jugar al colegio en nuestro patio, donde, sobre rústicos troncos, les enseñaba las primeras letras y números y les daba tareas en las hojas sobrantes que habían quedado a fin de año en mis cuadernos escolares…” (1)
Jugando a la escuela, se encendía de modo muy tenue la luz de este niño destinado a irradiar a miles de otros niños y jóvenes de esta tierra. En efecto, como veremos más adelante, no cabe duda de que él ejerció viva influencia en más de alguno de sus alumnos del liceo - si atendemos a sus inicios en el campo laboral docente - que siguieron sus pasos en la educación, asimismo, en muchísimos estudiantes universitarios que tomaron la senda de la investigación o el cultivo de las letras o se hicieron cultores del idioma o abrazaron la profesión docente con la misma pasión con que él se entregó en cada uno de esos campos.
PREMATURO NACIMIENTO DEL PROFESOR.
“Cuando, a los nueve años, por alguna circunstancia que no recuerdo ahora con precisión, alguien me obsequió un peso fuerte –el primer peso fuerte- mi impulsiva adquisición, ascendente en total a 60 centavos, fue la de tres tomitos de Mark Twain en la librería Daudet… Esa tarde de vuelta a casa (…) tuve la peregrina idea de citar a una reunión, donde propuse formar la biblioteca familiar, a mis dos hermanas, unas perfectas analfabetas de cinco y tres años de edad…”. (2) Esa idea, tal vez de paso en ese instante, revoloteó año tras año hasta anidar para siempre en el velador de su habitación, en el living de su casa, y de ese modo fue creciendo hasta convertirse en una magnífica biblioteca, querida y valorada como todo aquello que se construye con las propias manos. Cada libro lo abrazaba con especial fruición, recordaba perfectamente cómo cada uno había llegado a sus manos, en qué momento, las evocaciones que suscitaban en él y jamás quiso desprenderse de ninguno de ellos. De este modo construyó una de las grandes fortalezas que necesita un profesor para darle solidez a sus clases, toda vez que logra contar con la materia prima; la otra, estaba en su propia naturaleza, pues, verdaderamente era un lector voraz, hecho que quedaba en evidencia al escuchar sus cátedras, al leer sus monografías, en la retención de algunos pensamientos y frases de los escritores que más llamaban su atención, etc. Un día, en la intimidad de su hogar, mientras platicábamos acerca de asuntos diversos, llegamos en un momento al tema de los libros y me comentó esta pregunta: “¿Qué haría con tanto libro si tuviera que cambiarme de casa?”. Y luego, por breves segundos, fijó su mirada en el horizonte.
LA FIGURA DELPROFESOR
Dado que don Ernesto sirvió gran parte de su vida docente en el nivel universitario, muchos de sus alumnos, incluido el suscrito, lo conocimos cuando era ya un profesor de sólida formación. Sin embargo, su huella quedó igualmente grabada en no pocos de sus alumnos del liceo. Viene al caso, entonces, citar la anécdota que de un exalumno suyo de “humanidades”, como antes se llamaba a la enseñanza media, con ocasión de la clase en que él iniciaba una unidad sobre El Quijote. La leí hace bastante tiempo y es más o menos así: Entró don Ernesto a la sala de clases cuando estaba todo el curso esperando “la hora de castellano”. Caminó sin decir palabra hasta llegar a su escritorio y se sentó. Esa vez no hubo el acostumbrado “buenos días”; “tengan la bondad de tomar asiento”. Eso ya era una seña de algo distinto para sus alumnos. Rompía un esquema y llamaba la atención. Todos lo seguían con la mirada, expectantes. De repente, cuando él sabía que todos estaban atentos, cambió el tono de su voz y como quien habla a alguien que está sentado a su lado, giró su cabeza y preguntó con acento español algo así: - “¿Por qué ensartas tantos refranes, Sancho?” Y él mismo contestaba, ahora con voz un poco más aguda y con menos cuidada articulación: - “Yo no sé, mi señor, me brotan…”. El diálogo- monólogo no puedo reproducirlo íntegramente porque no lo he memorizado en detalle, pero continuó algunos instantes, haciendo un contrapunto entre la comunicación formal e informal con que convivimos en todas partes del mundo. Posteriormente, se dirigió al curso presentándole a don Quijote y Sancho como dos personajes directamente vinculados con la vida humana. ¡GRANDE, MAESTRO!, terminaba – eso sí es con exactitud – la remembranza de uno que, en nombre de muchos y tal vez sin proponérselo, agitaba su mano como un gesto de agradecimiento y de saludo a la distancia. Esos jóvenes jamás olvidaron esa lección, y dada las circunstancias y recomendaciones actuales sobre la enseñanza en los colegios y liceos de nuestro país, podemos afirmar que no hubo necesidad de apoyo tecnológico ni de otro similar tipo para motivar una clase. Su propio ingenio fue mayor. El ser humano, frente a frente, no puede ser sustituido por máquina alguna.
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Quienes levantábamos, a primera hora de la mañana, el tablero de la silla universitaria, podemos evocar el agrado que significaba no perder un segundo de la clase del profesor Livacic y no distraer a nadie. Respetar los tiempos y concentrarse eran parte de las lecciones iniciales. Por el contrario, en aquellos que, por alguna razón, se integraban algunos minutos más tarde, observábamos su vano intento por pasar inadvertidos, cabizbajos, frente a la viscosidad de su mirada entre indulgente y reprobatoria. La llamada al orden, como una manera de disciplinar actitudes y resultados no quedaba al azar. Se partía por una integración a la actividad constante y responsable, sello impregnado a su ser. Jamás perdió el horizonte respecto de quiénes quería formar. “La bandera se debe llevar hasta el final”, era su uno de sus lemas.
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El desarrollo de sus clases, no admitía dudas respecto de cada uno de los contenidos. La claridad en las exposiciones, la solidez de las ideas, su pachorra para enfrentar al grupo curso eran cautivadoras. Nadie podía permanecer impertérrito, salvo un espíritu de mármol con que nos estrellamos muchas veces andando por el mundo.
El ritmo de cada clase era contagioso. Un compás persistente. El trote que sacaba a cada uno de sus alumnos conducía, necesariamente, al aprendizaje. Aquello no era óbice, sin embargo, para comprender a aquel que lograba llegar a la meta, aunque tardíamente. “No todos mis alumnos son buenos alumnos” , decía, pero tenía un insobornable respeto por la diversidad en los aprendizajes y daba más a quienes pedían más, encomiable misión que constituye hoy, y desde siempre, uno de los ideales de todo educador, digno de ser imitado. Esta actitud comprometía a cada uno de sus alumnos para realizar un esfuerzo supino a pesar de las limitaciones que pudiesen tener, siempre con un trato muy deferente, con una palabra de aliento para superar las barreras, sin cerrar ninguna puerta, previo aviso de asentamiento. No había cómo equivocarse: la línea era una sola. Quien se enrielaba en su modalidad y espíritu de trabajo, no tenía cómo apartarse. O bien, como efectivamente ocurrió con algunos, se apartaba definitivamente.
APORTE BIBLIOGRÁFICO
Más de cuarenta libros publicó, don Ernesto, a lo largo de su existencia. Varios de ellos son textos de estudio de su especialidad, destinados inicialmente, de 1° a 6° de Humanidades, esto es, antes de 1965, y, después de esa fecha, para la enseñanza básica y media, a través del Fondo Editorial de Educación Moderna, editorial que gestionó conjuntamente con otros profesores católicos.
Su primera obra, aparecida en 1955, fue Literatura Chilena, Manual y Antología, bajo el alero de la Editorial Salesiana. El lanzamiento de esa obra fue, de nada menos, diez mil ejemplares que llegaron a distintos liceos y se agotaron en poco tiempo. Contenía una cuidadosa selección de autores nacionales con algunas de sus obras y se agregaban guías de estudio para cada una de ellas. Es fácil advertir, por consiguiente, que no sólo tuvo preocupación por la antología literaria sino, además, por introducir modalidades ordenadas de estudio facilitando el conocimiento a todos los estudiantes. Incluso, coadyuvando a mejorar las prácticas pedagógicas con orientaciones didácticas finamente elaboradas en torno al análisis y comprensión de la obra literaria.
La contribución a la difusión de obras de autores chilenos es innegable. Tomemos algunos ejemplos: Mons. Ramón Ángel Jara, Tomás Thayer Ojeda, Gabriela Mistral, Mariano Latorre, Pedro Prado, Marta Brunet, Eugenio Orrego Vicuña, Olegario Lazo Baeza, Eduardo Barrios, Joaquín Díaz Garcés, Marcela Paz, Baldomero Lillo, Vicente Pérez Rosales, Alicia Morel, Víctor Molina Neira, Miguel Moreno, Luís Durand, Federico Gana, Óscar Jara, Ramón Rengifo, Manuel Rojas, etc. En verdad, él se proponía la audaz idea de crear una asignatura independiente, dentro de los programas de estudio de la época, que abriera paso definitivo a propagar las obras y los autores de nuestro país. Bien sabemos que nunca ha sido posible y “la literatura chilena ha fluctuado entre la condición de extraña y la de allegada pobre en nuestras escuelas, incluidas las universitarias, sin siquiera alguna efímera pero vital experiencia de Cenicienta …y los escritores nacionales, sustentadores de la sangre del espíritu en su pueblo, viven las más veces arrinconados o desconocidos.” (3)
Su incansable tarea de escribir, lo llevó, dos años más tarde (1957), a publicar Historias de Navidad , nuevamente con el apoyo de la Editorial Salesiana. A continuación, ya estaba catapultado y con los conocimientos maduros, como resultado de su primera obra, para publicar entre los años 1958 y 1982, once libros de lectura incluidos sus conocidos textos de Literatura Española que circularon por las manos de más del cincuenta por ciento de la población escolar chilena entre primero y sexto año de humanidades. Uno de esos jóvenes de “illo tempore” - yo mismo - está hoy dando vida a estas palabras con honda gratitud.
Cuando se produjo la Reforma educacional de 1965, en la que él tuvo activa participación y de la cual haremos brevísima referencia más adelante, adaptó algunos de sus textos de estudio para la Educación General Básica y Enseñanza Media de modo de avanzar conjuntamente con los nuevos planes y programas. En ese sentido, nunca dio muestras de un sedentarismo cultural; por el contrario, su pluma estaba siempre al compás de los nuevos tiempos y, más aún, con renovada exquisitez en la elección literaria que ofrecía a sus lectores, con seguridad en sus criterios selectivos que apuntaban tanto a lo estrictamente literario como, también a lo social, con las debidas orientaciones pedagógicas o didácticas, como parte de su estilo en estas ediciones. Nada dejó al azar. Tan ardua labor cosechó los elogios de severos críticos literarios como Alone, Hernán del Solar, Eleazar Huerta, Hugo Montes, Matías Rafide y otros.
Cabe destacar la preocupación que siempre tuvo don Ernesto Livacic por iniciar sus libros con palabras de agradecimientos dirigidas “A los distinguidos colegas” , que acogían su nueva obra, a través de las cuales declaraba los objetivos e incluso, según observamos en algunos de sus textos destinados para la enseñanza escolar, comprometiéndose a priori en la renovación oportuna de sus contenidos. Su caballerosidad, con todas las personas, siempre fue un rasgo inconfundible en su manera de ser.
En “Páginas amigas”, que alcanzó alrededor de diez ediciones, apreciamos la ternura con que hace hablar a su libro que le dice al infante lector: “He sido hecho para ti, niño que me tienes entre las manos y quiero hallar en ti un nuevo amigo. (…) Te iré proponiendo trabajos en que desenvuelvas tu iniciativa e ideales que vale la pena te esfuerces por alcanzar (…) Dime que quisieras (…) en el futuro, y será muy grato complacerte. Así también iré asemejándome algo a tu alma, que en eso consiste el ser amigos. TU LIBRO “ (4). No eran simples palabras para decorar una edición. Cuando yo leí esta presentación, iniciando mis humanidades, jamás pasó por mi imaginación, ni siquiera como lejana lucecilla, que alguna vez estaría frente a frente con el autor de ese libro. Ni mucho menos, que algún día me llamaría – fuera de todo eventual talante de cortesía, sino con sincera actitud - “amigo”. Sencillamente notable.
OBRA GRUESA
La producción intelectual de don Ernesto Livacic y su inmenso deseo de servir en la acción social – “ingresé como militante a la Falange Nacional, después de estudiar concienzudamente los principios de todos los partidos políticos chilenos con la clara convicción de que era para un cristiano la opción más consecuente y (…) no he reconocido posteriormente otra tienda partidaria alguna, salvo el paso institucional de 1957, por el cual se constituyó el Partido Demócrata Cristiano, al cual se integró la Falange - (5) – dieron pie para que efectivamente fuese llamado a ocupar diversos cargos, tanto a nivel comunal, pues, fue Presidente Comunal en La Florida (uno de sus sueños era convertir a La Florida en una ciudad dado que cuenta con más de 500 mil habitantes. La populosa comuna, en un gesto de reconocimiento a su labor, inauguró, en junio de 2009, un Preuniversitario que lleva su nombre en el colegio Indira Gandhi. La Municipalidad, a través de la Comudef, ofrece este servicio de manera gratuita a quienes buscan una oportunidad de ingreso a la universidad.), también Vicepresidente Provincial en Santiago Suroriente y a nivel ministerial ya que fue nombrado Subsecretario de Educación durante el gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva, que le permitieron alcanzar una mirada más amplia y a la vez más profunda de la educación chilena. En efecto, contribuyó de manera notable en los aspectos técnicos de la Reforma de 1965, en los cuales ya había trabajado desde la Secretaría Técnica de la Superintendencia, que dio otra estructura al sistema educativo nacional con planes y programas nuevos y criterios actualizados de evaluación sobre el rendimiento escolar.
No cabe duda de que en su particular visión de la educación está la influencia del Padre Alberto Hurtado de quien conoció, primeramente, un libro titulado “Puntos de Educación”, premio otorgado por su colegio antes de iniciar su carrera de pedagogía , y luego, siendo estudiante universitario, recibió las orientaciones espirituales directamente de él.
No debe sorprender, según se desprende del párrafo anterior, que más allá de los asuntos meramente técnicos, se halla el sentido humanista que aportó a la educación tomando al hombre, genéricamente expresado, como el centro de la educación, su principio y su fin, su sujeto y su objeto. En relación con estos principios, declaró, en parte, para una entrevista: “La educación debe ser masiva en su apertura, pero no puede ser masificada en su mensaje esencial, porque ello la desvirtuaría. Compete a la educación acercar a cada hombre el diseño de una norma ideal, pero sobre la base de su intransferible realidad personal, lo que supone conocerlo, orientarlo y estimularlo en sus intereses, capacidades o limitaciones” (6).
Para él, la educación debía tener un sentido liberador y transformador de la sociedad tomando como puente la colaboración entre educador y educando para caminar juntos, con un ritmo renovador y permanente, en una senda creativa y crítica, sin discriminación de niños y jóvenes de modo de otorgar iguales posibilidades de educación. Para ello, era partidario de crear un Fondo Nacional de Educación que permitiera el libre acceso, por ejemplo, de elegir colegio y así evitar la estandarización de gente que, por su propia naturaleza, es diferente. Esa inteligencia para dar ideas claras sobre temas tan oscuros como el derecho a la educación que le asiste a toda persona de una nación - así como a todos el deber de educar - , la educación personalizada, pluridimensional, atención y respeto a la diversidad, hablan claramente de la extraordinaria capacidad que tenía para anticiparse a los hechos futuros.
El trabajo que le demandó su nombramiento como Subsecretario de Educación fue enorme. Sin embargo, se dio el tiempo para estar presente en la ley N° 17288 de 1970, de modo que quedaran bajo la tuición y protección del Estado todas las construcciones de carácter histórico o artístico, cementerios o restos de los aborígenes, santuarios de la naturaleza, plataformas territoriales o submarinas de interés para la historia o la ciencia o el arte, etc. Con estos términos, en parte, se dio pie a la Ley de Monumentos Nacionales. Sin duda su visión respecto del hombre y la cultura, ampliaba sus propios horizontes.
Su entrega diaria y constante lo dejaba muy fatigado al terminar el día, pero su trabajo se prolongaba en su propia casa hasta altas horas de la noche. Una vez me comentó, cuando habían pasado ya bastantes años de su alejamiento de la Cartera de Educación, que una camioneta del ministerio, cargada de papeles para trabajar durante el fin de semana, lo llevaba a su casa. “Recuerdo – me decía - que por esos años recién había aparecido la novela “Cien años de soledad” y todos me hablaban de ella y pedían mi opinión, pero yo no tenía tiempo de leerla y me sentía muy mal por eso”.
Toda esa vasta experiencia alcanzada lo llevó a tener una mirada muy profunda de la educación y, al mismo tiempo, más comprometida. Desde luego, eso no fue óbice para considerar las responsabilidades que, por cierto, recaen en los padres de familia y la sociedad entera.
“Educar es ayudar a hacer hombres” – decía - pensando en que la tarea del educador cristiano consiste en proseguir la creación iniciada por Dios, a través de un servicio humilde, abnegado y generoso, que exige mucho sacrificio, pero con endógena hermosura que reconforta el cuerpo y el espíritu cuando se contempla la labor terminada. En ese sentido, alcanzó la plenitud de la pedagogía: vivir el arte de enseñar.
“MIENTRAS MÁS ALTO MÁS SE INCLINA”
Tan rica trayectoria le brindó importantes premios. Uno de los más significativos, en el ámbito de la educación, fue el Premio Nacional de Ciencias de la Educación en 1993. Las palabras de elogio de colegas y de otras personas así como las entrevistas solicitadas por los diferentes medios de prensa no se hicieron esperar. “Este premio no me cambiará. Seguiré siendo el mismo”, declaró para El Mercurio de Santiago, por esos días. Y así fue. Regresó, con la sobriedad y sencillez de siempre a sus clases en el campus oriente de la Pontificia Universidad Católica de Chile ante la incredulidad de algunos que pensaron que ya era tiempo, en justicia, para que fuese ministro de educación. Sin embargo, el auténtico “minister” – si tomamos la etimología del término - lo seguía ofreciendo, aunque desde su respetable postura. Un ejemplo más, hecho vida, de unión entre pensamiento y acción.
LA ÚLTIMA CLASE
Hacia fines del año 2004, propuse a don Ernesto la idea de reunir todos sus exalumnos que estuvieran interesados en participar de una clase magistral, si él aceptaba. Le pareció sorprendente y señaló que tendría mucho gusto de ver los rostros de quienes recordaba sentados en un pupitre universitario. Por mi parte, también quedé sorprendido cuando comprobé que recordaba perfectamente el nombre de muchos, sabía dónde estaban trabajando e incluso tenía una larga lista con nombres, direcciones y números telefónicos. En verdad, tenía una memoria prodigiosa que alcanzaba para saber los nombres de sus alumnos a la segunda clase.
Quedamos en que el tema que abordaría se relacionara con El Quijote debido a que el año 2005, cuando se produjese el encuentro, se estaría celebrando el cuarto centenario de la primera publicación de la obra de Cervantes. “¡Qué Dios nos conserve bien hasta esa fecha!”, me comentó.
Recurrí, posteriormente, a la Facultad de Letras de la Universidad Católica, en busca de redes de apoyo para llevar a cabo tal iniciativa. Sin pensarlo dos veces, José Luís Samaniego, decano, y Patricio Lizama, profesor de literatura, y ambos exalumnos de don Ernesto, aceptaron gustosos la idea. Formamos una comisión, encabezada por el primero de ellos, y nos dimos a la tarea de contactar personas durante meses. El “Homenaje de exalumnos U.C. al maestro Ernesto Livacic Gazzano”, así titulamos el encuentro, lo fijamos para el día 30 de septiembre de 2005, en el Centro de Extensión de dicha casa de estudios. Coincidentemente, el 2005 se cumplían cincuenta años desde que don Ernesto había ingresado como profesor a la citada universidad.
La asistencia de aquel día sobrepasaba el centenar. Apenas apareció don Ernesto dijo: “Traigo mi tarea hecha”. Después pasamos al salón para la protocolar presentación y nuestro homenajeado dio lectura a su clase titulada “Aproximación a la vivencial, lo humano y lo estilístico en El Quijote”, cuyo texto completo, e inédito hasta ahora, conservo como un delicado regalo de su parte. En él abordó con precisión cada uno de los temas señalados, es decir, la parte testimonial o vivencial del autor, la mirada hacia los otros que contiene, en este caso, lo humano, con toda la galería de personajes y la maestría en el idioma que se desprende de la novela cervantina. Todo complementado con citas de la obra así como la mirada de otros conocidos críticos literarios. Incluso se dio tiempo para amenizar su intervención analizando las expresivas ingeniosidades del relato como parte del lenguaje coloquial y familiar.
Cito: “Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, rollizo y de buen tomo; alcanzólo a saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: “- Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como peras, y decir: Este quiero; aqueste no quiero”. Mas ella le respondió con mucho donaire y desenvoltura: “Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece; pues, para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristótele” (I,XXV).
Su clase duró exactamente 45 minutos y, nuevamente, dio una lección de solidez en el análisis y claridad en el desarrollo de las ideas. Su lucidez jamás lo abandonó.
Finalmente, se me concedieron el honor y tres minutos para decir unas palabras de agradecimientos en nombre de los exalumnos, de diferentes generaciones, allí reunidos. La transformación interior que experimentamos durante los años de enseñanza, traté de condensarla a través del exordio de mi intervención.
Por tratarse de un sintético mensaje, es mi deseo compartirlo:
Un día el mármol cumplió un antiguo sueño: pudo hablar. Aconteció justo cuando la mano con cincel comenzó la tarea de aguijonear su piel. A cada punzada, su palabra quejumbrosa sólo pedía sosiego. Pero el artífice, como si no oyera, no contestaba. Continuó su trabajo de pulimento (cincel y algodón) hasta concluir su obra. En ese momento, preguntó al mármol: ¿Quieres volver a tu estado inicial?. Y éste, viéndose transformado en obra de arte, conmocionado, contestó que no.
Muy apreciado maestro Ernesto Livacic Gazzano,
Estimados ex compañeros de universidad,
Amigas y amigos
Los sueños siempre están presentes en el diario vivir. Animan y sostienen nuestro ser hasta que los convertimos en realidad. No obstante, apenas termina uno, inmediatamente nace otro y otro. Paradójicamente, los sueños nos mantienen despiertos. Así es, particularmente, la tarea del profesor: siembra, cosecha y renueva sueños en sus alumnos sobre todo cuando el espíritu joven es terreno fértil y sensible a la influencia docente. Muchos de los que estamos presentes hoy, experimentamos esta delicada e incansable tarea por parte de don Ernesto Livacic Gazzano. Su figura se nos presenta en variadas dimensiones: el educador, el escritor, el servidor público, el padre de familia, el hombre luchador y de fe. En realidad, con estas virtudes no hacía falta pasión para enseñar El Cid... A veces, quienes nos acercábamos a él, terminadas las clases, estrechábamos su mano blanquecina por el polvo de la tiza. Creo que fue un modo mágico de comprometernos con nuestra profesión, de transmitirla y de colaborar generosamente en el desarrollo de cada uno. Un gesto o una palabra, en su momento oportuno, pueden catapultar a un nuevo educador o, por el contrario, apagar su luz. Eso lo hemos aprendido con el correr de los años. Más lo valoramos y más lo agradecemos.
A lo largo y ancho de nuestras vidas, hemos conocido miles de personas. Muy pocas, sin embargo, permanecen en la memoria y nos acompañan por el camino. En algunos casos, nos comunicamos con ellas a través del silencio. En otros casos, podemos hacerlo directa y personalmente. Hoy tenemos la oportunidad, gracias a Dios, de juntarnos con nuestro apreciado profesor. Su presencia ha sido capaz de reunir a diferentes generaciones de ex alumnos. Todos con actividades y cargos distintos, pero con un sello común: aportar al desarrollo de la humanidad y de la civilización. Si lo hacemos pensando más en los otros que en nosotros mismos, más completa será la enseñanza que de él recibimos. En efecto, al parecer sus sufrimientos han sido más por los nuestros, según se desprende de su actitud consecuente entre lo que ha dicho, hecho y sigue haciendo. Apreciamos, con el tiempo, que toda vez que hemos acudido a su encuentro, nos ha recibido con cálida sencillez, sabe escuchar y atiende. Aconseja, si se le pide, y en cada palabra, en cada respaldo, su figura crece como el bambú: mientras más alto, más se inclina.He ahí una lección más que acrecienta nuestra deuda.
Por su magnífica trayectoria, importantes reconocimientos y premios, incluido el Premio Nacional de Educación, lo han buscado hasta encontrarlo; de un modo análogo, la presencia de todos los ex alumnos que aquí estamos después de tantos años, así como de aquellos que expresamente han lamentado su ausencia, da testimonio del beneficio recibido en un acto inédito, fruto, en gran medida, de la escuela formadora que tuvo en él un pilar fundamental. Luego de las imborrables enseñanzas que nos ha legado don Ernesto Livacic Gazzano nos queda, por lo menos, una antepenúltima palabra de agradecimiento en la formación de tantas profesoras y profesores, así como de miles de jóvenes chilenos que estudiaron a través de sus libros. Permítaseme repetir y sumarme a la preclara sentencia: "la gratitud es la memoria del corazón". Muchas gracias.
Así doy término a estas páginas a través de las cuales he querido presentar un enfoque de uno de los educadores más destacados de Chile, incluyendo algunos episodios probablemente desconocidos para muchos lectores, que de la conversación directa - que muchas veces tuve el privilegio de compartir - podrán sombrear su figura para completarla. Una persona que, durante toda su existencia, se propuso hacer el bien a todos. En vida, nos regaló, con abundancia, su sabiduría, sus consejos, su vocación y su amistad. Ahora, nos sigue acompañando con su estela de palabras y de sueños por cumplir.
De izquierda a derecha: Antonio Ostornol, Patricio Lizama, Ernesto Livacic y Adolfo Godoy
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