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Tres Autos

TRES AUTOS

 

         Dice Gonzalo Gallo G., en su libro Aeróbicos espirituales, que la vida  es como una concesionaria de automóviles: en ella los seres humanos hacen su selección entre tres clases de autos: la “autosuficiencia”, la “autocompasión” y la “autoestima”.

         El primer auto, la autosuficiencia, es aparentemente el más lujoso de todos. Su combustible es la supersoberbia, y cuando se desliza por las calles no respeta a vehículos ni a peatones. Anda sin frenos, pero con la bocina a todo volumen. La autosuficiencia es sinónimo del egoísmo.

         La tendencia a abusar del yo  es una costumbre muy conocida en la historia de la humanidad, especialmente en nuestros días. El pronombre personal yo proviene del pronombre latino ego, de donde se derivan vocablos como egoísmo y egolatría.

         El segundo vehículo, la autocompasión, es destartalado y lúgubre, y aunque tiene los cambios necesarios para correr, sólo usa la reversa (marcha atrás). Su pobre conductor es víctima de los complejos, los prejuicios y la discriminación social. Piensa que el mundo lo persigue, que nadie lo quiere y que es tan sólo un estorbo entre el montón.

         Su dueño se la pasa comparando su vida con la de otros, sin darse cuenta de que tal método es dañino  e infructuoso. Cuando compara su vida con personas inferiores siente una satisfacción  pervertida que no lo lleva a ningún lado; y cuando la compara con personas superiores se siente descontento, envidioso y malhumorado. La autocompasión es capaz de arrastrar a la persona a la ruina, al fracaso y hasta la muerte. La única solución que encuentran muchos de los que sufren de autocompasión es el suicidio. La autocompasión es una enfermedad que sólo la fuerza de voluntad logra curar.

         El tercer automóvil, la autoestima, es lujoso por dentro y por fuera. Este vehículo conduce a su dueño a la meta deseada. El conductor conoce su funcionamiento y lo cuida con esmero. La autoestima es el producto de esa autoimagen que lleva a su dueño a una feliz autorrealización, porque se conoce a sí mismo, conoce al prójimo y deposita su confianza en Dios.

         La persona que se conoce a sí misma, la que tiene autoestima, posee nobles ideales, unce su carro a las estrellas y realiza las cosas de la mejor manera posible.

         Consideremos a la autoestima como nuestra mejor aliada.

         La autoestima es una vocablo compuesto: auto significa “por sí solo”, y estima, “aprecio o estimación”. En otras palabras, es el respeto que tiene el individuo de sí mismo, es el concepto interior que se refleja en su personalidad.

         Todo aquel que pone en alto su dignidad y su nobleza logra vencer los embates del complejo, la rivalidad, el prejuicio, los celos y la codicia. Un filósofo  de antaño dijo: “¡Conócete a ti mismo!”; es decir, “sé conciente de tu potencial y de tus limitaciones; procura mejorar tu marca a cada momento; no seas pusilánime en tus esfuerzos. Si otros pueden hacerlo, ¿por qué no puedes tú?

         Es cierto que no todo es “color de rosa”, que en el camino de la vida se presentan pruebas, fracasos, tragedias, desilusiones, y que a veces los inconvenientes pueden arrastrar a una persona a los abismos de la desesperación, la locura y hasta la muerte; pero si se tiene una autoestima definida se lograrán excelentes resultados.

         La autoestima, por lo tanto, es el aprecio que se tiene hacia uno mismo. Ahora, ¿cómo podemos tener ese aprecio? El psicólogo Miguel Ángel Álvarez dice que “la respuesta está en el perdón. Tenemos que perdonarnos, reconciliarnos con nosotros mismos, perdonar nuestros errores y culpa. Comprender que si podemos perdonarle todo a todos, ¿por qué con nosotros somos tan exigentes? Debemos empezar a aceptar que nacemos con libre albedrío; si no nos gusta nuestra forma de ser podemos cambiar. Creer y aceptar que somos capaces de decidir cómo ha de ser nuestra propia vida es un paso fundamental para recuperar nuestra autoestima y realizar nuestros sueños. Debemos desterrar de nuestra cabeza los “pero yo soy así”, “yo no sirvo para esto”, “yo no puedo”, etc. Son ideas que tienen que ver con nuestros patrones mentales; lo único que hacen es mantener una serie de creencias que no son positivas para nosotros. Siempre hay tiempo para cambiar. Quienes generamos las condiciones de cambio somos nosotros, y el tiempo es nuestro”.

         La autoestima puede crecer  o decrecer en la persona, especialmente entre los niños, los adolescentes y los jóvenes. Cuando los padres animan a sus hijos por lo que han hecho o están haciendo, estas palabras de encomio  y reconocimiento van afianzándose en sus personalidades, y sus  mentes susceptibles van teniendo confianza en sí mismas. En cambio, si un niño saca una nota regular en la escuela o tal vez fracasa en alguna materia o en cualquier proyecto, y el padres enfurecido al ver los resultados  le dice: “Eres un animal”, “No sirves para nada” o algo por el estilo, esas expresiones denigrantes hacen muchas veces que el niño se acompleje y con el tiempo crea que en verdad no sirve para nada.

         Hay maestros que tienen la costumbre de ridiculizar, estigmatizar y desanimar a los alumnos, sin darse cuenta de que tal actitud puede afectar severamente al joven o a la señorita. En cierta universidad, un profesor le dijo un día a un joven que apenas sacaba notas promedio en sus clases:

         -Olvídese, joven, de llegar a ser médico. Usted nunca llegará a ninguna parte.

         -Ya verá, profesor – repuso el alumno-, que algún día seré un médico.

         Y alcanzó su cometido. Y no solamente eso; como ironía del destino, llegó a ser el médico de aquel profesor incrédulo.

         A Louisa May Alcote le aconsejaron que se dedicara a ser modista o cocinera en vez de seguir en el ramo de las letras, pero ella no les prestó atención y llegó a ser una escritora famosa, autora del libro  Mujercitas.

         Para incrementar la autoestima es menester afrontar la crítica con eficacia, seguir adelante con entusiasmo y tomar en cuenta los siguientes factores:

        Sigue siendo tú mismo/a.

        Jamás pongas en duda tu valía básica como ser humano.

        Trátate como una persona valiosa.

        Evita culparte cuando las cosas van mal en la vida.

        No te compares con otras personas.

        Recuerda que tú eres diferente y especial. No hay nadie en el mundo exactamente como tú.

 

         Recuerda que Dios es tu mejor aliado y que con él obtendrás la victoria.

         Un psicólogo cristiano, al estudiar el Salmo 139, sugiere que “la maravillosa pauta del crecimiento, la plenitud y el desarrollo que Dios ha puesto en nuestros genes constituye la base última de la autoestima”. Ciertamente, el ingenio revelado en el código genético debería llevarme a postrarme y adorar ante la sabiduría y el poder de Dios; pero ¿qué tiene que ver esto con la autoestima?

         El mismo autor dice: “El contemplar las maravillas del poder creador de Dios en mis genes no es mayor causa de autoexaltación que ver el poder creador de Dios en los genes en general, o en una puesta de sol o en una hermosa flor; yo no he tenido nada que ver con la creación de ninguna de estas cosas. La maravillosa contemplación de las hermosuras y las maravillas de la creación hace resaltar mi autoestima y me hace sentir cómodo al reconocer que soy producto de sus manos, porque él me hizo del  polvo de la Tierra; esto me mueve a adorar al Creador. “Los cielos cuentan la gloria de Dios”, no mi gloria. Si lo que Dios ha hecho al crear el universo es para su gloria, ¿no ha de ser también para su gloria lo que él ha hecho  en mí  y por mí como nueva creación en Cristo?

         Cuando Dios creó al hombre del polvo de la Tierra lo hizo perfecto en gran manera, y al contemplar la hermosura de su cuerpo y la belleza de su intelecto sintió una profunda satisfacción porque sabía que “era bueno”. Ese mismo concepto debemos considerar nosotros mismos; que no somos producto de un sistema evolutivo ni de un golpe del azar, sino la obra sublime del Creador del Universo. El apóstol San Pablo describe este concepto con las siguientes palabras: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que  anduviéramos en ellas” (Efe. 2:10)

         Debemos, por lo tanto, mantener siempre un profundo sentido de autoestima hacia nosotros mismos, porque hemos sido puestos en este mundo para que seamos fieles representantes del Dios de los cielos, el Creador del universo.

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Rafael Escandón

Reflexiones para hoy… y mañana. Valores verdaderos, ¿cuáles son?

Asociación Casa Editora Sudamericana

Buenos Aires, República Argentina.