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AMAR CON LAS MANOS ABIERTAS

"Una persona compasiva,

viendo que una mariposa luchaba por liberarse de su crisálida,

quiso ayudarla,

así que con mucha delicadeza,

le soltó los filamentos,

y la sacó por un agujero.

 La mariposa fue liberada,

emergió del capullo,

y aleteó a su alrededor pero no podía volar.

 Lo que la persona compasiva no sabía,

era que sólo a través de la lucha por nacer,

pueden fortalecerse las alas lo suficiente para volar.

 Su breve vida transcurrió en el suelo,

jamás conoció la libertad,

 jamás vivió en realidad".

Esto se llama amar con las manos cerradas.

Ayudar a crecer es una ciencia que me ha sido revelada lentamente

y que he aprendido en el fuego del dolor

 y en las aguas de la paciencia.

 He aprendido que siempre debo liberar a quien amo,

porque si oprimo o trato de controlar la vida,

obtengo lo opuesto de lo que quiero,

perdiendo lo que intento retener.

Si quiero cambiar a alguien que amo,

porque creo que sé como "debería ser" esa persona,

le estoy robando el derecho de asumir la responsabilidad de su propia vida,

 le quito el derecho de tener sus propias decisiones

y de escoger su manera de ser.

 Siempre que impongo mis deseos o mis necesidades,

o trato de ejercer mi poder sobre el otro,

le estoy robando la plena realización de su persona.

Con estos actos de posesión,

 sofoco y marchito la voluntad de vivir del otro,

a pesar de la buena voluntad de mis actos.

De este modo,

puedo limitar y herir con los actos más amables de protección o de preocupación,

 ya que estoy dando un mensaje muy elocuente pero sin palabras,

de que "eres incapaz de cuidar de tí mismo,

por lo que yo debo protegerte porque eres cosa mía.

Solo YO soy responsable de ti".

Ahora que sé que para ser fuertes necesitamos aprender a vivir por nuestra cuenta, puedo decirle a quien amo:

"Yo te amo,

 te valoro,

 te respeto

y confío en que puedes desarrollarte

 para que llegues a ser todo lo que quieras ser,

 sin que yo interfiera en tu camino.

Te amo tanto, que quiero acompañarte en tu dolor

y en tu soledad,

pero sé que solo tú puedes superarlos.

 Compartiré tu llanto

 y nunca te pediré que no llores.

 Estaré contigo cuando me necesites,

te consolaré y te daré afecto,

 pero no te tomaré en brazos cuando puedas caminar solo.

 Me esforzaré por escucharte cuando me quieras decir algo,

aunque haya ocasiones en que no estemos de acuerdo.

Algunas veces tendré rabia o estaré triste,

y cuando esto ocurra,

te lo diré abiertamente,

 porque nunca perjudicaré nuestra amistad.

No siempre podré estar contigo para oír lo que tienes que decir,

pues hay ocasiones en las que yo tengo que escucharme

 y cuidar de mi mismo,

y cuando esto suceda,

seré tan honesto como pueda.

Estoy aprendiendo a comunicar mejor mis sentimientos,

 usaré mejor mis palabras,

y tendré una mejor actitud hacia todos,

especialmente a quienes amo

y a los cuales me consagro.

Yo llamo a esto amar con las manos abiertas.

(Nota: no siempre puedo mantener las manos lejos de la crisálida, pero poco a poco iré aprendiendo)